Hasta las venas para ser libre
Katixa Agirre
¿Dónde acaba el ruido y empieza la música? ¿Sabe el oído adivinar que el silencio va a romperse, y que en seguida empezará la canción? ¿Cuándo terminan las palabras y queda la membrana? Cuando nos han dejado sin mapa, ¿en qué punto termina la civilización y empieza el bosque? ¿La frontera entre nosotros y los demás es tan rígida como creemos? ¿Cómo saber si cuando llamamos a una puerta andamos por fuera o por dentro? ¿En qué momento nos damos cuenta de que el caballo que supuestamente gobernamos se ha vuelto loco y corremos el riesgo de ir patas arriba? ¿Dónde estamos cuando estamos aquí y hasta dónde tenemos que alargar la mirada para decir que estamos allí?
Así me han venido preguntas a la cabeza a la hora de escuchar el último disco de Olatz Salvador. La más electrónica y salvaje de sus obras hasta la fecha. Un trabajo que analiza, sin duda, los límites. Bajo el título Zainak eman, además, Olatz despliega lentamente la red semántica incomparablemente rica, del mismo modo que despliega las diferentes capas y sonoridades internas de las canciones.