Álvaro de Luna (Sevilla, 1994) reconoce, sin ningún pudor, que, antes de enfrentarse a la composición de su segundo disco, el más personal de su carrera, tenía la mente llena de expectativas impuestas y autoimpuestas. Venía de disolver su banda “Sinsinati”, de lanzarse a la piscina en solitario con un primer disco “Levantaremos el sol” o del éxito masivo de varias de sus canciones. Atravesaba, además, una época complicada. Hacía un año que no se encontraba. Llegó a estar tan bloqueado mentalmente –esto lo sabría después- que hasta por un breve lapsus de tiempo perdió la voz.